PEÑA DE CAZA LOS GAVILANES
  LOS PUESTOS EN LA CAZA DEL JABALI
 

Capítulo I: La distribución de los puestos

En primer lugar, obvio resulta que la distribución de los puestos viene directamente condicionada por el terreno donde hemos emplazado al jabalí o jabalíes, así como por el número de cazadores que integran la partida de caza.

Lo primero que considero clave, a fin de cerrar la zona, el dibujar la primera línea haciendo —dentro de lo que el terreno y la red de pistas forestales permita— la clásica forma de herradura, siendo la parte abierta de la misma, la zona de monte por donde el jabalí se ha retirado hasta el encame y por donde, lógicamente, se va a proceder a la suelta de la jauría, es decir, sobre el rastro. No obstante ser ésta la parte abierta de la herradura, entiendo aconsejable dejar siempre un puesto en este punto de la suelta, porque he visto con bastante frecuencia la afición que tiene algún marrano a salir por donde entró, después de darse una vueltecita de reconocimiento por dentro de la zona, cuidándose muy mucho de asomar la jeta en ninguno de los puestos de cierre. Esto, que no es más que una precaución cuando se trata de un único jabalí emplazado, se convierte en norma de obligado cumplimiento cuando hemos emplazado a la piara. La explicación de este hecho reside en que es muy común que, en este caso, la jauría se concentre en la persecución de un solo jabalí, o incluso se divida en la persecución de dos de ellos, pero queda mucho bicho dentro que no es directamente acosado y que, con el follón que se organiza, se zorrea hábilmente y suele buscar esta escapatoria.

Si la partida es numerosa, el cierre de herradura no va a plantear más problemas que los típicos incidentillos derivados de una desmedida afición a elegirse el puesto que caracteriza a algunos —generalmente, los de siempre— y cuya solución recae en la mano izquierda del cap de colla. En esta modalidad de caza al rastro, es difícil lo del sorteo, dado que aquí no hay puestos marcados, ni puede haberlos, dado que hoy emplazas aquí y mañana allí, con lo que los puestos jamás pueden estar establecidos de antemano.

Una vez decidido este primer cierre o primera línea, el resto de cazadores deben colocarse en un segundo cierre. Hay que tener en cuenta que las posturas de este segundo cierre no van a poder ser tan espesas como las del primero, dado que fácil es comprender que el terreno a cubrir, tomando el encame como centro de este círculo imaginario, aumenta en progresión geométrica. Por tanto, este segundo cierre debe ya estudiarse desde el conocimiento de pasos querenciosos, dejando de lado la técnica utilizada para la primera línea que, como hemos visto, no es otra que el cierre total de toda opción de salida.

Más problemático resulta cuando la partida de caza anda escasa de efectivos. Aquí sólo queda intuir qué va a hacer el jabalí tras el levante. Considero que en el arranque, no hay intuición que valga. Cuando la jauría se lanza sobre él, el bicho va a salir por donde pueda, sin norma que nos permita decidir de antemano la colocación de los puestos. En consecuencia, en mi opinión, siendo pocos puestos y no siendo posible el cierre total, prefiero renunciar a esta primera línea y concentrar los pocos efectivos en una segunda línea, más lejana al encame, pero que cubra el mayor número de pasos conocidos… soltar traillas y… encender un cirio a San Pancracio.

En estas circunstancias, las emisoras juegan un papel importante, dado que al estar los puestos situados a mayor distancia, ello permite que las indicaciones del perrero, guiado por el trueno de la jauría, posibiliten que dichos puestos se movilicen con el tiempo suficiente para cortar la carrera de nuestro jabalí. Por ello, si se arma en corto, la posibilidad de jugar con puestos móviles se ha esfumado a los tres minutos del arranque y ello es así, por cuanto entiendo que cortar la ventaja al jabalí arrancado es bastante más fácil yendo por delante suyo, que por detrás.

Capítulo II: El perrero, un puesto más

Aquí, el perrero va siempre armado y es un integrante de la partida de caza. En mi opinión, el principal y, además, el que tiene que dirigir la cacería a partir del momento en que ha soltado la jauría.

Nunca debe dirigirse al punto de la suelta hasta que el último puesto no se haya colocado y le de la indicación de soltar. La jauría, presintiendo ya el inicio de la acción, alborota demasiado ya dentro del remolque, pero cuando, ya atraillada, toca el suelo, arma escándalo suficiente como para levantar al jabalí antes de armar convenientemente la zona.

Mientras los puestos se dirigen a cubrir las posturas indicadas, el perrero debe atraillar los perros y sacarlos del remolque, a fin de que éstos vacíen lo que tengan que vaciar y esta imperiosa necesidad no se produzca en el momento de la suelta. Como dice un perrero amigo, «aquí se viene meao y cagao de casa».

Llegado al rastro de entrada que los pisteadores le han indicado, el perrero, conocedor de sus canes, procederá en consecuencia con lo que haya dentro. Si ante un jabalí solitario nos hallamos, procederá a soltar en primer lugar a lo que aquí se denomina el gos de petja, que es un can especialista, que tomará el rastro y lo latirá espaciadamente y con un volumen y cadencia que generalmente ira in crescendo, conforme se vaya acercando al encame, desenredando el rastro que se le ha ofrecido. Localizado el encame, este perro cambiará el tono de voz y latirá a parado.

A esta ansiada señal, el perrero —que en estos momentos ya está siendo literalmente arrastrado por la jauría que oye la marca de su compañero— soltará rápidamente traillas y se dirigirá lo más rápido que pueda al encame. Si el guarro se resiste a levantarse y, en consecuencia, la jauría tiene montado un pandemonium de órdago a su alrededor, personalmente entiendo aconsejable que el perrero dispare inmediatamente al aire, intentando provocar la arrancada del jabalí. En este aspecto hay opiniones diversas, que entienden que el perrero debe aproximarse sigilosamente con la intención de finiquitar al bicho en la cama, pero, modestamente, no las comparto. En primer lugar, parto de la base de que nuestras jaurías no se caracterizan precisamente por contar con perros de agarre, con lo que el bicho está suelto y rodeado de perros que, ante su visión, están como locos. Disparar en estas condiciones es una temeridad. Y en segundo lugar, entiendo que para la integridad física de los canes, el prolongar la situación de acoso del jabalí en su encame, no es ninguna buena idea. Cuanto antes se rompa este acoso, provocando la arrancada, menos hilo de suturar suele emplearse.

Si es toda la piara la que tenemos emplazada, no está de más reservar algún perro en el remolque, dada la frecuencia con que la jauría parte a todo gas tras el primer jabalí que se levanta, quedando el resto en el encame, disfrutando de una reparadora siesta.

Finalmente, una pequeña acotación. Si de piara se trata, cuando el perrero llega al encame y la jauría ya está persiguiendo a alguno de los jabalíes levantados, el perrero experimentado se detiene y prepara su arma. Es sorprendente el vicio que tienen los marranos que no son perseguidos —especialmente los jóvenes— en retornar al encame y volverse a acostar. Obviamente, si el perrero oye que la jauría se ha detenido nuevamente ante un bicho aculado, debe olvidarse de su puesto y acudir en auxilio de sus canes.

Capítulo III: Cómo ir al puesto

Obvio resulta que el silencio es la regla de oro que debe respetar el cazador cuando se dirige al puesto que le ha sido asignado. Y esta regla de oro es la que con mayor frecuencia se infringe, dando lugar a auténticas romerías por la sierra, entre comentarios y sonoras carcajadas, portazos de coche y avisos a grito pelado entre cazadores, que sólo contribuyen al fracaso de la cacería. Cuando has empezado con las primeras luces del día a seguir el rastro del jabalí y no has conseguido emplazarlo hasta las doce del mediodía, el oír toda esta jarana suele producirte sensaciones desagradables que, digamos, te agrían el carácter.

La primera línea de cierre es obligado que arme a pie. Su proximidad al encame descarta absolutamente la comodidad del TT. Ni palabra. El postor se limitará a señalar con el dedo la postura y el cazador que la debe ocupar, siguiendo el resto su camino sin el menor comentario.

Por descontado que, ante el follón que organizan las armas semiautomáticas cuando se cargan, entiendo aconsejable el que las mismas ya estén cargadas cuando se llega al puesto, obviamente manteniendo el seguro en posición y adoptando las precauciones lógicas.

En esta modalidad de caza al rastro, nadie sabe dónde está el encame hasta que los perros lo detectan y señalan. Tan sólo se sabe dónde está el rastro de entrada al encame, pero no en qué parte de la zona cercada se halla el mismo. En consecuencia, es perfectamente posible que, aunque la jauría se suelte a trescientos metros de esta primera línea de cierre, tengamos el jabalí acostado a veinte metros del puesto, por lo que toda precaución es poca.

En otro orden de cosas, si esta primera línea de cierre no respeta el necesario silencio, nuestro jabalí, que ya se ha medio incorporado y está con las orejas más tiesas que un podenco campanero, situará perfectamente dónde se hallan colocadas las posturas y, viéndose copado, se resistirá a romper el cerco, prefiriendo en muchas ocasiones partirse los cuartos con la jauría, antes que cruzar la línea. En estos casos, es probable que el puesto que hemos dejado en la suelta, sea el que tire.

Los cazadores que arman la segunda línea pueden hacerlo en coche. En primer lugar, la distancia al encame es suficiente para no alertar al jabalí y, en segundo lugar, el recorrido para armar esta segunda línea es largo.

Armando este segundo cierre, y al formarse la típica caravana de TT's, encabezada por el postor, entiendo que si lo que se pretende es armar rápido, los puestos deberán dejarse empezando siempre por delante, es decir, por los cazadores que ocupen el TT inmediatamente posterior al del postor. De esta forma, el postor no debe bajarse del coche y recorrer la caravana hasta el último vehículo, para indicar con precisión el puesto a ocupar.

Dado que generalmente se circula por pistas forestales estrechas, que no permiten el paso de dos vehículos a la vez, entiendo aconsejable que los conductores de los TT's continuen la marcha y ocupen los últimos puestos a cubrir, evitando así la demora que implica el aparcamiento del vehículo para dejar paso a los posteriores.

Capítulo IV: El comportamiento en el puesto

Una vez el cazador llega al puesto que le ha sido asignado, su obligación es analizarlo, preveyendo cuáles son las posibilidades que el mismo ofrece. En otras palabras, no se puede estar de puesto lo mismo que se está tomando una horchata en un chiringuito de la playa. Por más que el postor haya designado el puesto a cubrir, el cazador debe colocarse en el mismo de la forma que le parezca más idónea.

Así, mientras se acaban de colocar el resto de los puestos, el cazador debe observar dónde están los pasos o gateras por los que, sin duda, va a cumplir en el puesto el jabalí perseguido. En este asunto y teniendo en cuenta que frecuentemente el puesto estará situado en una pista forestal o en un cortafuegos, una vez analizada la ausencia de peligro para con los puestos vecinos, hay que ver cuantos pasos debemos estar en disposición de cubrir.

Una vez vistos estos pasos o gateras y habida cuenta que la espesa vegetación de mi tierra y la estrechez de las pistas forestales, suelen permitir al jabalí cruzarlas en dos saltos —cuando no, en un salto solo—, son de gran utilidad unas ayuditas que consisten en clavar una rama en el centro de la pista o cortafuegos, justo enfrente mismo de cada uno de los pasos previamente descubiertos. De esta forma, oyendo al jabalí que se acerca, fácil es intuir por cuál de los pasos del puesto va a cruzar y, de esta forma, encarar y tomar los puntos del arma justo en la rama que nos indica a qué altura está el paso. Con ello, el disparo es infinitamente más rápido y certero, dado que el recorrido en altura que debe describir el cañón del arma, para centrarlo en el marrano, ya está hecho antes de que éste cruce, con lo que el porcentaje de aciertos se incrementa de forma extraordinaria.

La norma en el puesto vuelve a ser la de siempre: absoluto silencio. El jabalí se mata con el oído. Si se oye venir al jabalí y se tiene un poco de temple, puede decirse que el bicho está muerto en un 90% de posibilidades. Ahora bien, cuando no se le oye venir y nos encontramos con el bicho en el puesto sin saber de dónde ha salido, el tema se complica bastante, puesto que el tiro a tenazón en tiraderos tan escasos no suele ser demasiado efectivo, dado que cuando apretemos el gatillo, será siempre a jabalí tapado por la vegetación.

Las emisoras merecen un comentario aparte. Pocos instrumentos resultan a la vez tan útiles y tan odiosos. El buen uso de las mismas sólo nos reportará ventajas, pero su uso abusivo y a destiempo, dará al traste con todo.

Los cazadores que ocupan el primer cierre, no necesitan emisora para nada, dado que van a enterarse de los acontecimientos de la cacería perfectamente sin su ayuda. Van a oír cuando el perrero anuncia la suelta y se van a enterar del arranque el jabalí, simplemente escuchando la jauría y también mediante la corneta del perrero. Pueden llevarla apagada y conectarla para dar informaciones de trascendencia inexcusable, tales como pieza herida o muerta, perros heridos, etc… o bien, si lo desean, conectarla cuando el marrano ha superado esta primera línea, a fin de seguir las incidencias de la caza. Eso sí, aparte de dichas informaciones rigurosamente necesarias, debe abstenerse en todo momento de efectuar comentario alguno. El canal radiofónico debe estar libre y a disposición del perrero y de los cazadores del segundo cierre.

Ahora bien, donde cobra más importancia el uso de la emisora es en el segundo cierre, puesto que los cazadores que lo conforman no tienen información directa de lo que está sucediendo, dada la distancia. Personalmente, no soy partidario de esos pequeños altavoces que se colocan dentro de la oreja. Quizá sea cuestión de acostumbrarse y yo no lo he conseguido, pero no soporto tener que escuchar el monte con una oreja tapada. Una vez se ha recibido la información del levante del jabalí y de su dirección de huída, entiendo que ya se tiene suficiente, con lo cual procede bajar el volumen a cero y estar pendiente y atento.

En otro orden de cosas, es imprescindible portar una cuerda con varios mosquetones. Todo cazador que va de puesto debe llevar aunque sea un triste cordelillo de empaquetar, a fin de recoger los sabuesos que crucen por su puesto. Obviamente, dicha función corresponde exclusivamente a los que ocupan la segunda línea y deben atraillar perros tanto si han abatido el jabalí, como si han errado el tiro.

Si el cazador ha abatido al jabalí, dejará que la jauría lo muerda, intentará poner paz en las frecuentes peleas que se organizan entre los perros en este momento, cegados de pasión, y una vez hecho esto, empezará a atraillarlos, los revisará de posibles heridas y comunicará al perrero cuántos perros tiene y su estado.

Finalmente, la actuación del cazador de puesto dependerá de lo que de antemano se sabe que hay dentro de la zona a batir: jabalí solo o piara. Tratándose de jabalí solitario, una vez abatido, el cazador puede gritar, saltar, retratarse o hacer la ola del Mundial de México, si lo prefiere. Pero tratándose de piara, una vez abatido el jabalí en nuestro puesto, el cazador se limitará a recargar rápidamente su arma, mantener un silencio sepulcral y toda su atención, puesto que son innumerables las ocasiones en que tras el bicho abatido, vienen uno o varios más por el mismo paso que el primero.

 
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